José Ramón Rojo Puertas

Estudiante del grado en Historia y Política de la Universidad Carlos III de Madrid.

En líneas generales, creo que todas y todos estamos de acuerdo en que ha sido un cuatrimestre difícil. Difícil porque ha sido atípico, difícil porque ha sido inesperado y difícil porque ha sido duro a nivel personal. En términos más subjetivos, quien haya perdido a alguien, quien haya visto más afectado el desarrollo de sus estudios o quien haya tenido menos facilidades para seguir el curso… durante esta pandemia va a tener una experiencia mucho más negativa. Generalizar sobre este tema es prácticamente imposible. Las compañeras y compañeros que estaban acabando su grado y tuvieran que realizar un TFG durante el confinamiento o los estudiantes de nuevo ingreso, que aún estaban haciéndose a las dinámicas universitarias han tenido más problemas, lógicamente. Este era el caso de algunas compañeras que participaron en el encuentro, aunque no el mío en particular.

En términos generales, hay una serie de quejas que se pueden oír en boca de estudiantes de cualquier universidad de nuestro país, como pudimos comprobar el pasado 8 de julio. En primer lugar, está el aumento de la carga lectiva. Esto se ha dado de manera casi unánime, en mayor o menor grado, como consecuencia de la pérdida de la presencialidad de las clases. Tanto por profesoras y profesores que, por lo que sea, no han podido adaptarse a la docencia online, lo que obliga al alumnado a preparase asignaturas por sí mismo, como por actividades adicionales que sustituyen prácticas o exámenes. Por otra parte, también está bastante extendido el sentimiento de que las universidades no estaban preparadas para este cambio tan repentino. De nuevo, depende de las habilidades y recursos disponibles de cada profesor. En una carrera como la mía, Historia y Política, de la rama de Humanidades, quizá no haya sido especialmente duro, pero los grados con mayor carga práctica (véase, Medicina, Comunicación Audiovisual…) se han visto terriblemente afectados y sin apenas alternativas adecuadas.

Finalmente, que una transformación digital rápida tiene el riesgo inherente de dejar a muchas alumnas y alumnos con menos recursos en la cuneta. Sobre esto hay que reconocer la labor de las universidades, repartiendo conexiones a internet u ordenadores a los afectados. Pero, al menos en mi experiencia, la faceta humana a través del profesorado ha destacado aún más. Salvo algunas contadas excepciones, la disponibilidad y las facilidades del conjunto de profesoras y profesores ha sido encomiable. Y muy superior al que, en circunstancias normales, les correspondería. Sea contestando dudas por correo, realizando tutorías individualizadas o buscando alternativas para que nadie pierda el curso, el mérito de los docentes debe ser remarcado.

En estos meses hemos visto los riesgos y problemas que entraña la docencia online, pero también muchas nuevas oportunidades. La posibilidad de ver una clase online grabada, por ejemplo, es de gran utilidad para los alumnos que estén conciliando estudios y trabajo. Las universidades han estado diseñando sus planes para el desarrollo del próximo curso durante las últimas semanas, y espero que hayan tenido en cuenta tanto los riesgos como los beneficios de este cambio. En mi caso particular, la Carlos III de Madrid va a apostar por un modelo semipresencial, con la mitad de las clases en el aula y la otra mitad de forma síncrona desde nuestros propios ordenadores. Este modelo no es ideal, especialmente para las personas que deban desplazarse hasta Madrid desde otros puntos de España, pero dudo mucho que ningún modelo pueda satisfacer a todo el mundo garantizando a la vez una docencia de calidad y la seguridad para todas y todos.

Si hay algo que echo en falta una vez superado el confinamiento es un mayor grado de autocrítica por parte del Ministerio de Universidades y de las propias universidades. Pese a que todo el mundo ha hecho lo que ha podido dadas las circunstancias, admitir los errores propios es imprescindible para aprender de ellos y no repetirlos. Sabiendo que una situación como esta puede, por desgracia, repetirse, deben prepararse para enfrentarse a ella sin los fallos de esta vez, y sobre todo sin dejar a nadie atrás La universidad debe de ser un espacio para todas y para todos. Deben existir planes de contingencia para un posible rebrote, así como medidas enfocadas a aplacar el impacto de la posible falta de recursos o problemas personales que puedan tener los alumnos. También se debe escuchar institucionalmente a todas las partes implicadas en el mundo universitario, sea alumnado, profesorado o personal de administración y servicios, para conocer y solucionar las problemáticas que se puedan dar en distintos niveles.

En definitiva, una vez superado el shock del primer envite de la pandemia, debemos trabajar juntos para conseguir mejorar la universidad durante el próximo curso. Ya hemos caminado por el camino de la docencia online, un viaje inesperado que debemos continuar a partir de ahora, para bien o para mal. Y debemos continuarlo asegurándonos de que no dejamos a nadie rezagado, asegurándonos de que no tropezamos dos veces con la misma piedra. Las posibilidades que ofrece la docencia online, aunque sea parcial, son innumerables, pero, por decirlo de alguna manera, todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. Con la preparación y los recursos suficientes, estoy seguro de que la quimera del equilibrio entre la calidad de la docencia y la seguridad necesaria será perfectamente alcanzable. Pero solo si se cree en ello y se trabaja por ello.

Evento organizado por Medialab UGR disponible en el siguiente enlace.

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