Margie entró en el aula. Estaba al lado del dormitorio, y el maestro automático se hallaba encendido ya y esperando. Siempre se encendía a la misma hora todos los días, excepto sábados y domingos, porque su madre decía que las niñas aprendían mejor si estudiaban con un horario regular.

Isaac Asimov, texto escrito en 1951

Como en el cuento de Asimov, España se llenó inesperadamente de Margies a partir de la segunda quincena de marzo de 2020. En todos los niveles educativos irrumpió, con mayor o menor fortuna, el maestro automático que había previsto Isaac Asimov. No fue un proceso inmediato, si no que se fue materializando a medida que se hacía evidente que las aulas estarían cerradas una buena temporada. Al principio solo unas pocas semanas, después un par de meses. Por último, hasta el inicio del próximo curso. Y eso con suerte.

Desde luego, no todas las improvisadas (y algo desconcertadas) Margies tenían a su disposición el espacio físico o los medios técnicos necesarios para crear su aula.  Bastantes tenían usar la cocina, el salon… Aulas compartidas, multifunción. Aulas de quita y pon.

Estas (y estos) Margies se enfrentaban de repente a una realidad inesperada, llena de dificultades imprevistas: Margies que eran prisioneras en su propia casa, en algunos casos a solas, en otros con sus compañeros de piso o con sus familias. Pero todos prisioneros, al fin y al cabo. Mientras tanto, había que seguir con cierto tipo de normalidad o al menos fingirla.

La lección de aritmética de hoy -habló el maestro- se refiere a la suma de quebrados propios.

Isaac Asimov, texto escrito en 1951

Las Margies del confinamiento no solo se enfrentaron a lecciones de aritmética sino también a clases de física, de latín y de docenas de materias, a través de los dispositivos con conexión a internet que tenían disponibles. Los maestros automáticos despachaban textos, vídeos o videoconferencias donde se intentaba retomar cierto tipo de normalidad, material que las Margies se veían obligadas a procesar muchas veces en soledad.

Por favor, inserta la tarea de ayer en la ranura adecuada. Margie obedeció, con un suspiro.

Isaac Asimov, texto escrito en 1951

Es innegable que los maestros automáticos son eficientes. Son capaces de entregar los materiales y realizar las evaluaciones programadas en tiempo y forma. Los y las Margies suspiran, con razón, cada vez que llega una nueva remesa de materias. Es lo que hay, se dicen. Por la normalidad y todo eso.

Estaba pensando en las viejas escuelas que había cuando el abuelo del abuelo era un chiquillo. Asistían todos los chicos del vecindario, se reían y gritaban en el patio, se sentaban juntos en el aula, regresaban a casa juntos al final del día. Aprendían las mismas cosas, así que podían ayudarse a hacer los deberes y hablar de ellos.

Isaac Asimov, texto escrito en 1951

La Margie de Asimov, como la Margie de 2020, es un ser social. En la novela, Margie tiene amigas. Margie de 2020 sabe que la escuela, el instituto, la universidad, es algo más que un aula. Es un espacio de socialización, es un lugar donde se crean recuerdos y amistades. Donde el aprendizaje es más que memorizar y la evaluación es más que poner una nota.

Y los maestros eran personas…

Isaac Asimov, texto escrito en 1951

Alimentaban los maestros automáticos maestros reales. Estos se encontraron con la misma situación que Margie. Muchos con sus Margies en casa. Un reto titánico el crear de la nada materiales para que Margie siguiese aprendiendo. O, por lo menos, que tuviese algo de normalidad.
Los maestros-persona, como Margie, pensaban que la situación sería temporal. Nada que no se pudiese solventar. Acelarar un poco el temario. Quitar alguna cosa. Lo normal.

Pero, al igual que las Margies, fueron arrollados por la  realidad.  También crearon aulas de quita y pon, que en no pocas ocasiones compartían con las Margies que vivían en su misma prisión.

Afrontaron, con sus defectos y sus virtudes la nueva situación. Sin referentes, sin pautas claras de la autoridad competente, fuese esa quien fuese.

Se lanzaron a alimentar a los maestros automáticos con materiales digitales. Algunos desde la nada, otros adaptando lo que ya usaban. Hubo quien optó por emplear materiales encontrados en internet y un pequeño grupo, haciendo de su capa un sayo, decidieron transgredir la ley. Si no existía el manual en digital, se escanea y ya está.

Todo para que Margie tuviese algo de normalidad.

La pantalla del maestro automático centelleó. Cuando sumamos las fracciones ½ y ¼

Isaac Asimov, texto escrito en 1951

Las Margies abordaron los materiales que los maestros automáticos entregaban con precisión. De forma síncrona o asíncrona. Pero con precisión. Y se enfrentaron a la evaluación. De mejor o peor gana. De forma honesta o haciendo trampas. Pero se encararon a ella. Todo por tener algo de normalidad

Margie pensaba que los niños debían de adorar la escuela en los viejos tiempos. Pensaba en cuánto se divertían.

Isaac Asimov, texto escrito en 1951

En junio de 2020 Margie añora su vida anterior.  La vida que se fue hace tres meses. Sabe que no volverá. O que no lo hará en breve. Pero necesita que el aula que le espera en 100 días sea distinta. Y que los que , al igual que ella, los que mandan sobre el maestro automático hayan aprendido.  Porque Margie no quiere dejar de divertirse.


Raúl Canay Pazos

IMPULSOR DE FACULTAD CERO EN LA UNIVERSIDADE DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

Agradecimientos. A Cristina Cociña y Manel Loureiro por sacar tiempo para leer y mejorar el texto, tras cuidar a sus Margies de Primaria. El texto de Isaac Asimov proviene de sus Cuentos completos I, trad. Carlos Gardini, Barcelona, Ediciones B, 2005, págs. 163-166.