Son los docentes y directores, individualmente y en grupos reducidos, quienes deben crear la cultura escolar y profesional que necesitan. Por este objetivo vale la pena luchar, dentro y fuera de la escuela”, decían en 1991 Michael Fullan y Andy Hargreaves en un gran libro (pdf), que no ha perdido actualidad a pesar de sus casi 25 años, que da título a este post: La escuela que queremosPost que a su vez responde a la conferencia de clausura de las Iª Jornadas TIC organizadas por Escuelas Católicas Madrid.

Simplificando mucho, y siendo consciente de los muchos cambios que sí se han producido en nuestro sistema educativo y, sobre todo en nuestras aulas y maestros, podríamos decir que la historia de la educación en el último siglo es la historia de un cambio educativo necesario que nunca termina de llegar o con el que nunca terminamos de estar satisfechos. Es también la historia de una solución fallida, la de la tecnología como la palanca de este cambio. Y es, en último lugar, la historia de una gran ausencia, la gestión del cambio de la cultura escolar. Entender que lo que tenemos entre manos es un cambio organizacional.

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Por diversas razones, y en muchas ocasiones en los últimos decenios, la tecnología ha cargado con la responsabilidad de transformar la educación. Responsabilidad claramente excesiva y, como el tiempo y las experiencias nos han demostrado, altamente sobredimensionada. Para muchos, la tecnología se ha comportado como una solución en busca de un problema. Hemos achacado su fracaso a barreras relacionadas con el profesorado, con la escuela y con el sistema en su conjunto. Entre estas barreras podemos destacar: Falta de visión y estrategia; ausencia de liderazgo; barreras económicas; falta de materiales adaptados; miedo al cambio por parte de los profesores, resistencia al cambio por parte de los alumnos; cuestionamiento del cambio por parte de las familias; carencia de las infraestructuras necesarias; escasez de tiempo para implementarlas o para formarse e inadecuados sistemas de evaluación.

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Parece que por fin hemos comprendido que la solución pasa por actuar simultáneamente desde el cambio pedagógico, el cambio tecnológico y la gestión del cambio organizacional (Michael Fullan). Sabemos que para que las tecnologías nos ayuden en esta deseada transformación “los objetivos de aprendizaje, los currículos, las estrategias docentes, la didáctica y la evaluación deben cambiar para que esta oportunidad tecnológica sea beneficiosa.” (Óscar Valiente). Sabemos que la pregunta que tenemos que hacernos es ¿cómo transformamos la educación para hacerla más relevante y adecuada a nuestro entorno y a nuestros tiempos? (Key Elements for Developing Creative Classrooms. IPTS. UE) y sabemos que “en lugar de clasificar las innovaciones por el tipo de tecnología utilizada, es más útil pensar sobre las prácticas de aprendizaje que sabemos que son eficaces y explorar cómo la tecnología puede apoyar estas prácticas.” (Decoding LearningNesta. UK).

Parece que por fin hemos asumido que el cambio no nos vendrá dado desde arriba sino que será el resultado del impulso individual y colectivo de los profesionales de la enseñanza y de las escuelas. Intuimos que la unidad de este cambio es el centro educativo como ya decían hace 25 años Fullan y Hargreaves (aquí) y que el camino pasa por que cada escuela deje de ser solo una unidad administrativa para convertirse en un proyecto educativo. La experiencia nos dice que debemos esforzarnos por diseñar aulas y escuelas innovadoras, no sólo experiencias innovadoras de aprendizaje individuales.

El reto que tenemos pasa por digitalizar la educación, es decir, hacerla relevante para nuestra sociedad digital y en red. Ya no es posible pensar una escuela sin tecnología. No parece viable encarar un proceso de transformación educativa sin tener en cuenta las tecnologías. Transformar la educación no es hacer las cosas mejor, es hacer cosas mejores. Pero digitalizar la educación no pasa por tecnificar las aulas sino por escolarizar las tecnologías. La historia, como hemos visto, está llena de ejemplos que han querido transformar la educación tecnificando las aulas. La historia, insistimos, nos ha mostrado que el cambio solo será posible si es al mismo tiempo un cambio organizacional, pedagógico y tecnológico.

James Vaughan. 1921 ... wires crossed! Cc 2.0 by-nc-sa https://flic.kr/p/cNnjRq

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La responsabilidad que tenemos es impulsar su utilización para activar todo el potencial de cada uno de nuestros estudiantes, empoderándoles como aprendices del siglo XXI, cediéndoles autonomía y control sobre su aprendizaje. Nuestro deber es fomentar su desarrollo para que aprendan a conocer, aprendan a aprender, aprendan a hacer, aprendan a convivir y en definitiva aprendan a ser (La educación encierra un tesoro. Delors. UNESCO).

La oportunidad que tenemos es la de hacer posible el sueño de Dewey de una escuela centrada en los alumnos, con un aprendizaje personalizado pero colectivo. El sueño de una educación sujeta a valores, situada, local y fuertemente influida por los contextos donde se desarrolla, que no debe perder de vista su alto impacto social ni dejar de salvaguardar los valores primordiales de la equidad, la accesibilidad y la responsabilidad social.

Seymour Papert

Seymour Papert

Cada miembro de la comunidad educativa debemos asumir nuestra responsabilidad. “Estamos tan acostumbrados a que alguien nos diga siempre lo que debemos hacer o cómo debemos actuar que cuando no se nos suministra una receta parece que hubiera una omisión flagrante”, señalaba hace poco John Abbott (Battling for the Soul of Education). Ha llegado el momento de asumir nuestra responsabilidad individual y nuestro compromiso colectivo. No esperemos a que nos digan lo que tenemos que hacer. No puedo estar más de acuerdo con Seymour Papert, uno de las personas que antes y mejor ha pensado la relación entre tecnología y educación, cuando dice: “La cuestión de la educación es cómo reconciliar lo que es factible ahora con lo que sabemos que se debe hacer y lo que lucharemos por conseguir en el futuro.” Quizá no podamos transformar el mundo pero cada día podemos transformar las cosas. Nuestras cosas, las de nuestros hijos y nuestros alumnos. Imaginemos el futuro que queremos. Hagamos el presente. Construyamos la escuela que queremos.